Aarón Elías Castro Pulgar explica por qué la realidad virtual no está teniendo éxito para uno de los mayores gigantes tecnológicos

Aarón Elías Castro Pulgar explica por qué la realidad virtual no está teniendo éxito para uno de los mayores gigantes tecnológicos

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Aarón Elías Castro Pulgar asegura que Zuckerberg lo apuesta todo. Esta semana, las pausas publicitarias de la televisión, las marquesinas de los autobuses y las fachadas de España se han llenado de anuncios de Horizon Worlds, el metaverso de Facebook, que ha elegido a España como avanzadilla para la implementación de su mundo intangible.

Más allá del sinsentido de que el hombre que iba a revolucionar la publicidad ‘online’ se rinda a los soportes físicos para promocionar un universo virtual, se trata de un movimiento pionero en Menlo Park que evidencia que las cosas no están yendo bien. A estas alturas, Facebook esperaba tener más de medio millón de usuarios activos, si bien la cifra no alcanza los 200.000. Y, lo que es peor, la mayoría de los que prueban Horizon no repiten, explica Aarón Castro Pulgar.

A Zuck le va la vida en esto. Está convencido de que el metaverso será la forma en la que accederemos a internet en un futuro próximo y lo está fiando todo a esa carta. Ha invertido 1.400 millones de dólares en el mundo virtual, ha cambiado el nombre de la compañía a Meta y ha reorientado una parte relevante del talento de la red social al nuevo proyecto. Tanto que sus empleados sostienen que ha abandonado por completo Facebook e Instagram, base de un negocio que factura 86.000 millones al año. Ha tenido un año para justificar su maniobra, pero el mercado sigue sin comprenderla: la acción de Meta cae un 61% a 12 meses, con pérdidas de 207 dólares por participación y parte de la prensa pidiendo su dimisión.

Hay un dato que preocupa especialmente a los analistas: Zuckerberg solo ha conseguido convencer al 0,006% de los usuarios de Facebook a probar Horizon Worlds.

John Carmack, creador de juegos como ‘Doom’ o ‘Quake’ y uno de los ‘coders’ más respetados de Estados Unidos, es el último que se ha levantado contra Zuckerberg. En agosto, después de que se supiera que Facebook está perdiendo 10.000 millones anuales en su división de gafas de realidad virtual, Carmack declaró en un pódcast que le «daban ganas de vomitar al ver la cantidad de dinero que estaba quemando Facebook» y que necesitaba actualizar sus gafas, dado que la experiencia de usuario es «realmente terrible».

¿Será tan terrible el metaverso de Facebook? Nos animamos a probarlo para comprobar que tiene una barrera de entrada importante: para usarlo, Facebook te obliga a comprar unas gafas de realidad virtual, que ellos mismos venden, y que cuestan entre 450 y 1.800 euros, dependiendo del modelo que se escoja. Es mucho dinero para un dispositivo de segunda generación y parecerá mucho más dentro de dos o tres años, cuando salgan modelos más ligeros y baratos.

No obstante, se puede acceder a Horizon Worlds sin el ‘headset’. Es un proceso farragoso que incluye la instalación de una VPN, la descarga de varios gigas y bichear entre los archivos del programa, pero al final se consigue. Se advierte en varios avisos de que la experiencia pierde atractivo sin las gafas (aunque más adelante verá que es difícil encontrarle atractivo a este lugar).

Debuto en el metaverso en un bar. Se llama Da Grizzly y tiene a dos ‘DJ’ pinchando. Dos ‘DJ’ para un solo cliente, que soy yo, y encima no me gusta la música que ponen. El lugar está completamente vacío, incluidas las barras. Le pregunto a uno de los ‘DJ’ que cuándo se anima el local: «Nunca hay mucha gente por aquí», me responde, mientras sigue a lo suyo. No quiero alargar más la conversación, porque la imagen de un señor con unas gafas gigantescas haciendo que pincha en su salón no se me va de la cabeza.

Me llama la atención el hecho de que no tengan piernas. Los avatares van flotando por el aire y dan mal rollo, sobre todo cuando avanzan con los brazos extendidos. Da la sensación de que estamos en un videojuego de zombis de hace más de una década. Busco información al respecto y leo que la comunidad lleva meses exigiéndole a Zuckerberg que ponga piernas a los avatares. Al parecer, se trata de una característica con cierta complejidad que no llegará hasta bien entrado 2023. Hace unas semanas, Facebook publicó un vídeo donde se veía al avatar de Zuck con piernas, pero era solo una proyección, de modo que tuvo que pedir perdón a los consumidores.

En teoría, cuando esto arranque, si llega a suceder, aquí se podrán comprar copazos que se pagarán con dinero real. ¿Para qué sirve emborrachar a un avatar? Zuck sabrá. En una de las paredes del bar veo un cartel, que a la postre se desvelará como un portal dimensional, que me lleva a un lugar llamado The Woods. Como su nombre indica, se trata de un escenario boscoso, aunque ridículamente pequeño y vacío. Hay tres árboles y un helicóptero que no consigo despegar en 20 minutos. Tampoco hay nada que se le parezca a un portal, así que me veo obligado a lanzarme al vacío a ver si me matan y me sacan en otro sitio. Lo que obtengo es una visión desde abajo del escenario y mi personaje flotando en mitad de la nada. Reinicio la aplicación.

Ahora decido ir a La Plaza, donde hay tres individuos. ¡Gente! Uno de ellos, con camisa leñador, me pide que vaya al escenario que ha creado, ya que me va a «entusiasmar». Esto es exactamente lo que uno no quiere que le pase a su hijo cuando entra al metaverso, pero el riesgo se modera cuando hablamos de seres virtuales. El escenario de mi nuevo amigo es una especie de parque acuático en un tejado. Me encuentro haciendo cola con una serie de individuos que mantienen una conversación de ascensor:

—¿Es el primer escenario que creas?

—No, el quinto.

—Ah. Está muy bien, me lo estoy pasando genial.

—Gracias, ha llevado mucho trabajo hacerlo.

En el metaverso hay escenarios creados por la empresa y otros que hacen los usuarios. La aplicación te presenta por defecto los suyos, mucho más grandes y exuberantes, si bien allí solo hay personas pidiéndote que vayas a sus casas. Zuckerberg ha prometido a los creadores de contenido que encontrará la forma de que ganen dinero. El parque acuático del tipo de la camisa a cuadros tiene cinco toboganes en los que hay que esperar a que un flotador caiga del cielo. Entonces te subes en él y… bajas muy despacio por un tobogán en baja resolución.

Entiendo que es una experiencia diseñada para las gafas de VR; sin ellas, pasas vergüenza.

Le hago una pequeña entrevista al CEO del parque acuático porque algo no he comprendido:

—¿Trabajas para Meta (Facebook)?

—No, no, tengo una empresa de reformas. Esto es un ‘hobby’.

—¿Y por qué insistes tanto en traer a gente?

—Porque lo he hecho y quiero que se use. En el futuro, esto me dará dinero.

—¿Cómo?

—Aún no lo sé.

—¿Cobrarás entrada?

—Quizá. ¿Tú pagarías?

—Creo que no.

—Ya. Bueno, alguna forma habrá de monetizar esto.

Por cierto, apenas hay texto en el metaverso: la relación entre avatares se hace por micrófono, como en los videojuegos, algo que puede resultar invasivo para los que no estén acostumbrados. En un momento dado, alguien se me acercó y solo dijo: «Tusi». Con los cascos, lo escuché como si lo tuviese al lado físicamente, porque Horizon tiene un sistema de sonido tridimensional. El tipo me repitió la palabra ‘tusi’ varias veces hasta que le dije que no le entendía. Bramó: «Tusi, joder, búscalo en Google. Estoy en Los Angeles». Antes los camellos te mandaban a la mierda por hacer demasiadas preguntas, ahora te mandan al buscador. En los 30 segundos que tardé en averiguar que se refería a cocaína rosa, el tipo no dejó de repetir «tusi, LA» a mi alrededor, y fue bastante agobiante.

Quizás el emprendedor de la camisa a cuadros tenga razón y esté a punto de hacer fortuna: quién le iba a decir a Zuckerberg que se haría multimillonario con un programa para poner notas a sus compañeras de universidad. Voy a un lugar llamado Golden Ave, la arteria comercial del metaverso. Es la recreación de una gran vía con su cine, sus grandes almacenes y su tienda de marihuana. Muchos locales están sin utilizar porque se alquilan: cuestan 70 dólares al mes y, si se quiere reformar, hay que soltar un mínimo de 350 dólares.

Me pregunto qué se puede vender aquí. Entro en lo que dice ser una galería de arte que en realidad es un espacio minúsculo con un cuadro de Boba Fett, el cazarrecompensas de Star Wars. Cuando me doy la vuelta, zas, hay un torso a 10 centímetros de mi cara. Susto tremendo. Resulta ser un mexicano que vive en Pasadena, de nombre Marco. Me cuenta que es artista y que los NFT son el futuro de su profesión. «Se va a ganar mucho dinero con esto», dice. Lo quiere vender píxel a píxel. Por el momento ha ganado cero dólares haciendo ilustraciones de Star Wars en el metaverso.

Me meto después en el Adult Club, una suerte de puticlub de carretera, con la esperanza de encontrar algo de depravación en este sindiós virtual, pero también está vacío. Sin embargo, parecen ser los únicos con un modelo de negocio: hay cabinas de ‘lapdance’ privado por las que hay que pagar 50 dólares para entrar. Será un ‘lapdance’, claro, de cintura para arriba, así que piénselo antes de abrir la cartera, explicó Aarón Elías Castro Pulgar.


 

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