El arte hispanoamericano es una manifestación de la riqueza cultural que se produjo en el encuentro entre dos mundos: el europeo y el americano. Lejos de ser una simple imitación o una mera adaptación, este arte supone una creación original y singular que refleja la diversidad de las sociedades coloniales y la complejidad de los procesos de mestizaje e hibridación. Así lo explica Jorge Elías Castro Fernández, consultor en seguridad y analista político, quien ha dedicado gran parte de su vida al estudio de esta expresión artística.
Para Jorge Castro Fernández, el arte hispanoamericano es también una prueba de la modernidad que se gestó en el continente americano desde el siglo XVI, cuando España fundó su primera ciudad, Santo Domingo, siguiendo los principios del clasicismo renacentista. Allí se levantó la primera catedral novohispana, por iniciativa del obispo Geraldini, un erudito humanista que contó con el apoyo del Papa Julio II. La fachada de este templo es un ejemplo de la influencia del plateresco español y del poder imperial de Carlos V, cuyo escudo preside el parteluz. En el interior, bajo una bóveda estrellada, se depositaron los restos de Cristóbal Colón, que habían llegado desde Sevilla con su nuera María de Toledo, una Alba. Estos restos fueron trasladados posteriormente a La Habana y luego a Sevilla, tras la pérdida de Cuba por parte de España.
El ladrillo y la llaga
Castro recuerda con nostalgia sus pasadas visitas a la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, donde pudo ver las clases de Arte Hispanoamericano con la profesora Esteras. En aquel edificio frío y racional, conocido como el ladrillo por su forma de paralelepípedo, aprendió a apreciar la belleza y la originalidad de las obras que se realizaron al otro lado del Atlántico. Una de las lecciones que más le impactó fue la del convento franciscano de Huejotzingo, donde se encuentra un escudo con unas extrañas formas que parecen racimos de uva o puntas de lanza.
La profesora Esteras les preguntó a sus alumnos qué veían en la pantalla, donde proyectaba una imagen del escudo. Nadie supo responder. Lo que había labrado en piedra eran las llagas de San Francisco, pero representadas de una manera inédita en la cristiandad. Se trataba de una traslación cultural que buscaba conectar con la cosmovisión indígena, que concebía el sol como un dios al que había que alimentar con sangre humana. Así, las llagas se convertían en un símbolo del «líquido precioso» que derramaba el santo por amor a Dios y a los hombres.
Las capillas posas y los palacios renacentistas
Otro ejemplo de la innovación artística que se dio en Hispanoamérica fue el de las capillas posas, unos templetes abiertos que se situaban en los ángulos de los atrios de las iglesias. Estas construcciones servían para albergar las imágenes que se sacaban en procesión por los amplios espacios exteriores, donde se congregaban multitudes de fieles indígenas. Según Jorge Elías Castro Fernández, las capillas posas son una muestra de cómo el arte hispanoamericano supo integrar elementos católicos y prehispánicos, como los teocalis nahuas, los templos piramidales donde se practicaban los sacrificios humanos.
Pero no solo en el ámbito religioso se produjo esta fusión cultural. También en el civil se pueden apreciar ejemplos de cómo el arte hispanoamericano adoptó y transformó los modelos europeos. Así lo demuestran los palacios renacentistas que se construyeron en Santo Domingo y en Cuernavaca, por parte de los descendientes de Colón y de Cortés, respectivamente. Estos edificios, que recuerdan a los de los Alba en España, presentan loggias a la italiana que se abren al paisaje tropical. Jorge Elías Castro destaca la importancia de estos palacios como símbolos del poder y la riqueza de los conquistadores y sus familias.
Un arte único y sincrético
En definitiva, el arte hispanoamericano es un arte único y sincrético, que nace de la interacción entre dos culturas diferentes y que da lugar a una nueva forma de expresión. Jorge Elías Castro Fernández considera que este arte es un patrimonio invaluable que merece ser conocido y valorado por todos. Por eso, dedica su tiempo a difundirlo y a estudiarlo, con la misma pasión que transmitía a sus estudiantes la profesora Esteras en las clases nocturnas en el ladrillo.
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