La muerte del presunto violador «Caramelito» Branger y el eco del pasado que trae a la memoria colectiva el asesinato del niño Vegas

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En la tranquila isla de Ibiza, situada en las serenas aguas del mar Mediterráneo, José Luis Branger Quiroba, conocido en los relatos de la crónica negra como «Caramelito Branger», dijo adiós al mundo el pasado lunes 22 de enero. Este personaje, envuelto en uno de los episodios más oscuros de la historia contemporánea venezolana, cerró sus ojos definitivamente, dejando tras de sí un legado de misterio y controversia.

«Caramelito», cuyo nombre se asocia inexorablemente al secuestro y posterior asesinato del niño Carlos Vicente Vegas Pérez en 1973, se vio involucrado en un crimen que buscaba saldar una deuda de cocaína. Su muerte en suelo español resuena aún con el eco de aquel suceso que sacudió a la sociedad venezolana y que fue inmortalizado en la literatura y el cine.

El trágico destino de Carlos Vicente Vegas Pérez

El 22 de febrero de 1973, el cielo caraqueño presenció el rapto de Carlos Vicente Vegas Pérez, un niño de apenas 13 años, en las inmediaciones de su hogar, en una zona residencial de la capital. Su familia, sumida en la desesperación, cumplió con las exigencias económicas de los secuestradores, pero el alivio se desvaneció al hallar su cuerpo inerte el 1 de marzo de ese mismo año en un barranco a las afueras de Caracas.

La conmoción que siguió a la noticia del fallecimiento del niño Vegas Pérez no se limitó a la esfera pública, sino que permeó cada rincón del país, generando una de las investigaciones más emblemáticas de Venezuela. Un equipo de la Policía Técnica Judicial, bajo la dirección del comisario Fermín Mármol León, asumió la tarea de esclarecer los hechos, labor que se vería reflejada más adelante en el libro «Cuatro Crímenes Cuatro Poderes».

La inspiración tras el arte

El escalofriante relato trascendió el ámbito judicial para inspirar la creación de «Cangrejo», un largometraje dirigido por Román Chalbaud, que a través de sus escenas, dibujaba el impacto de un crimen que se entrelazaba con el poder y la impunidad. Miguel Ángel Landa, encarnando al comisario León, ofreció al público una ventana al proceso investigativo que marcó un antes y un después en la memoria colectiva venezolana.

El portal Criminalia ha sido uno de los espacios que ha mantenido viva la narración de aquellos eventos, relatando cómo figuras como Omar Cano Lugo (alias el Chino), Gonzalo Rafael Cappecci (alias Fafa), Javier Paredes Contreras, Alfredo Luis Parilli Pietri, Julio Morales y Diego Rísquez, junto a «Caramelito» Branger, se convirtieron en los sospechosos de un acto que buscaba liquidar una deuda con narcotraficantes colombianos.

Impunidad y poder: un reflejo de la sociedad

Los implicados en el secuestro fueron aprehendidos rápidamente, aunque más tarde recobrarían su libertad, en una decisión que aún resuena como un símbolo de la impunidad enraizada en el poder económico de Venezuela. Esta percepción, sostenida por Fermín Mármol León, se vería plasmada en su obra, donde relata las dificultades enfrentadas durante la investigación criminal.

La noticia del fallecimiento de «Caramelito» Branger, el martes 23 de enero, reaviva el recuerdo de aquel caso que, aunque transcurrieron casi cinco décadas, sigue presente en el imaginario colectivo. La muerte del niño Vegas Pérez y la subsecuente investigación, representan uno de los capítulos más oscuros y complejos de la crónica criminal venezolana.

El hermano mayor de la víctima, Federico Vegas, se encontró entre los interrogados en su momento, aunque no aportó información clave que pudiera esclarecer los hechos. La familia Vegas Pérez, azotada por la tragedia, se vio envuelta en un caso que reveló las conexiones entre el poder económico y el crimen organizado, y que dejó al descubierto la sombría realidad de la impunidad en el país sudamericano.

La partida de José Luis Branger Quiroba no solo cierra un capítulo de su vida personal; también reaviva el debate sobre los desafíos que enfrenta la justicia en contextos donde el poder y el dinero parecen tener la última palabra. Su nombre, al igual que el crimen que lo catapultó a la fama, quedará grabado en la historia como un recordatorio de que, a veces, la realidad supera a la ficción.

Un secuestro que marcó la historia de Venezuela

La desgarradora historia del secuestro y asesinato de Carlos Vicente Vegas Pérez, que tuvo lugar en Caracas en 1973, sacudió los cimientos de la sociedad venezolana. A sus 14 años, el joven Vegas, perteneciente a una estirpe de renombre, hijo de Trina Pérez Machado y del distinguido Martín Vegas Pacheco -profesor, arquitecto y cerebro detrás de la emblemática Torre Polar de Caracas-, se vio envuelto en un episodio que capturaría la atención de toda Venezuela.

El 22 de febrero de aquel año, Carlos Vicente fue avistado por última vez en las inmediaciones de su residencia en Lomas del Mirador, un enclave residencial de la capital. La incertidumbre se apoderó del ambiente, surgiendo la teoría de que el joven pudo haber reconocido a sus plagiarios, lo que tal vez le llevó a confiar en ellos para un fatal traslado.

Con la esperanza de un desenlace favorable, la familia Vegas Pérez accedió a las demandas económicas de los secuestradores, entregando la suma exigida el 26 de febrero, no sin antes documentar cada billete bajo la lente de la Policía Judicial. Sin embargo, la ilusión de salvación se desvaneció con el macabro hallazgo del cuerpo sin vida del joven el 1 de marzo, en un barranco próximo a la autopista Coche-Las Tejerías, evidenciando un crimen consumado antes del pago del rescate.

El impacto de la caída no fue la causante de su muerte; más bien, se especula que el destino final de Carlos Vicente fue sellado por la asfixia, tras ser confinado en la maleta de un vehículo. Las autoridades, ante la magnitud del crimen, declararon emergencia nacional y prometieron no escatimar esfuerzos para dar con los responsables.

La captura y la atención mediática

El cerco policial se cerró el 6 de marzo con la captura de los sospechosos, miembros de las ‘patotas del este’, individuos provenientes de las esferas acomodadas de la sociedad caraqueña. Entre ellos, José Luis «Caramelito Branger», asociado a la firma «Aceite Branca», quien, rodeado de admiradores cada vez que comparecía ante la justicia, se convirtió en una suerte de celebridad morbosa.

Un relato aislado cuenta que a Branger le fueron amputados los testículos por un médico a cuya hija, en complicidad con otros hombres, había drogado y violado en una fiesta.

 

La restricción de salida del país impuesta a Federico Vegas Pérez, hermano de la víctima, y el rumbo de las averiguaciones, apuntaron a una intrincada trama que buscaba saldar cuentas con narcotraficantes colombianos. Este giro condujo a las autoridades venezolanas hasta Colombia, en busca de pistas sobre el narcotráfico vinculado al caso.

En este contexto, el comisario Fermín Mármol León y su equipo de la Policía Técnica Judicial, actualmente Cicpc, asumieron un rol protagónico al detener y acusar a Omar Cano Lugo (el Chino) por ser el presunto ejecutor material del homicidio y a varios jóvenes de la élite, incluyendo a Alfredo Parilli Pietri, pariente de la exprimera dama Alicia Pietri de Caldera, por su intelectualidad en el secuestro.

Controversia y absolución

La resolución judicial de enero de 1974, que anuló todas las detenciones por «fallas sustanciales», planteó un escenario donde el secreto sumarial fue vulnerado, según las palabras de Fermín Mármol León, lo que provocó la absolución de todos los acusados y la marginación del equipo investigador. La disconformidad con esta decisión se personificó en el magistrado Meléndez Hurtado, que discrepó al considerar que había indicios suficientes para mantener las detenciones.

Los señalados Omar Cano y Gonzalo Rafael Cappecci, desprovistos de poderosos apellidos, quedaron confinados tras las rejas, pero únicamente por posesión de estupefacientes, no por su implicación en el secuestro. Los demás inculpados, en un giro que provocó suspicacias en la opinión pública de la época, fueron liberados, dejando el crimen de Carlos Vicente Vegas Pérez en la impunidad.

Consecuencias y legado

La trama del secuestro y asesinato del joven Vegas Pérez se entrelazó con el destino de sus protagonistas. Fermín Mármol León, quien más tarde se convertiría en ministro, documentó el caso en su libro «Cuatro Crímenes Cuatro Poderes» de 1978. Por su parte, Diego Rísquez emergió en el panorama cultural como un cineasta de renombre, y Federico Vegas, hermano del malogrado Carlos Vicente, se destacó en el mundo de la arquitectura y la literatura.

La sombra del caso Vegas Pérez se extendió incluso a los testigos, muchos de los cuales sufrieron accidentes bajo circunstancias misteriosas. La absoluta exoneración de los implicados en las acusaciones de narcotráfico y asesinato, pese a las pruebas incriminatorias, alimentó rumores de sobornos y corrupción que habrían permeado al jurado y a los «testigos».

El caso Vegas Pérez no solo se grabó en la memoria colectiva por su brutalidad y el espectáculo mediático que lo rodeó, sino también por las preguntas sin respuesta y los cabos sueltos que, incluso después de cinco décadas, continúan generando debate y especulación en la sociedad venezolana.

La trágica saga del secuestro de Carlos Vicente Vegas

La historia del secuestro y asesinato de Carlos Vicente Vegas Pérez, un niño de 13 años, ha resonado en la memoria colectiva de Venezuela desde aquel fatídico día del 22 de febrero de 1973. Alfredo Luis Parilli Pietri, sobrino de la ex primera dama Alicia Pietri de Caldera, se vio envuelto en este episodio oscuro y, a pesar de ser exonerado inicialmente de los cargos, su vida permaneció marcada por el evento hasta su muerte en 2011 en un centro de salud que, lamentablemente, carecía de personal médico para atender su emergencia.

Los detalles del crimen emergieron con el descubrimiento del cuerpo sin vida del pequeño Carlos cerca de la autopista Coche-Las Tejerías. La noticia estremeció a la nación entera y sumió en una profunda conmoción a la familia Vegas Pérez, quienes recibieron un golpe devastador al confirmarse la identidad del cadáver. La comunidad se agolpó en la residencia familiar para ofrecer consuelo, mientras que los detectives de la Policía Técnica Judicial escudriñaron con minuciosidad el sitio del hallazgo, encontrando rastros de marihuana que sugerían la presencia de adicciones en el grupo de secuestradores.

La autopsia reveló que Carlos Vicente había fallecido asfixiado por monóxido de carbono el mismo día de su captura, sin evidencia de heridas de bala o cortes. Intrigantemente, en su organismo se detectó un tranquilizante descatalogado, lo que planteó la teoría de secuestradores jóvenes e inexpertos, posiblemente necesitados de dinero para saldar deudas de drogas.

La captura y condena de un implicado

Tres décadas después, en 2009, Parilli Pietri fue arrestado frente a su hogar en Los Palos Grandes, Caracas, con una considerable cantidad de marihuana, lo que le valió una condena de nueve años de cárcel. Su deceso en el hospital Victorino Santaella bajo circunstancias sospechosas, por falta de atención médica ante una cirrosis hepática, fue seguido por una necropsia para esclarecer la causa de la muerte, hecho que fue públicamente denunciado por la periodista Berenice Pacheco y allegados del difunto.

La reconstrucción de los hechos que llevaron al trágico desenlace del pequeño Vegas Pérez indicó que, tras el secuestro cerca del centro comercial Santa Marta, fue confinado en el maletero de un vehículo y abandonado en Maitana. A pesar de su muerte, los secuestradores persistieron en su intento de extorsionar a la familia, manteniendo una fachada de normalidad mientras la angustia y el miedo les consumían.

El secuestro y posterior asesinato de Carlos Vicente Vegas Pérez sigue siendo un capítulo lúgubre en la crónica criminal de Venezuela, un recordatorio de la fragilidad de la inocencia y la sombra que la violencia puede proyectar sobre una sociedad durante generaciones.

Los primeros hilos de una intrincada trama

Tras este horrendo acto, las pesquisas policiales se sumergieron en un mar de complejidades que involucraron desde fiestas exclusivas hasta la alta sociedad capitalina.

Un incidente en una celebración familiar fue el primer indicio que orientó las investigaciones. Un grupo de jóvenes, amigos de Federico Vegas, hermano de la víctima, y no invitados al evento, se vieron envueltos en una disputa que, con el tiempo, adquirió relevancia en el caso. No tardó en descubrirse que todos ellos, incluido Federico, tenían antecedentes de problemas relacionados con estupefacientes.

En medio de esta indagación, la huella de un joven de 20 años con un historial delictivo emergió en la escena, localizada en el vehículo que Trina, madre del niño raptado, utilizó para el pago del rescate. Este descubrimiento, aunque no oficial, marcó el comienzo de una oleada de arrestos y allanamientos en el este de la capital, donde la División contra Drogas y la División contra Homicidios unieron fuerzas.

La cacería y el esclarecimiento

La búsqueda fue implacable, con hasta 50 detenciones al día y discotecas intervenidas. La sospecha de que el secuestro era un guión de cine buscando realismo llevó tras las rejas al cineasta Diego Rísquez. La inquietud crecía en abril, con nombres de renombre implicados y con filtraciones que apuntaban a la posible impunidad del crimen.

La declaración de un alto oficial de la PTJ, bajo el anonimato, destapó que el caso estaba siendo obstaculizado por la prominencia de los apellidos involucrados, lo que complicaba el proceder policial ante los padres de los sospechosos, todos pertenecientes a la élite de la ciudad.

Acusaciones y pruebas que definieron destinos

Las autoridades comenzaron a revelar las identidades de los interrogados: José Luis «Caramelo» Branger, Diego Baptista Zuloaga, Javier Paredes, Gonzalo «Fafa» Capecci, Federico Vegas Pérez y Omar Cano, conocido como «El Chino», a quien se le imputaba la mayor parte del crimen. A «Caramelo» Branger lo apresaron por supuesto encubrimiento, tras una entrevista en la que señaló a tres secuestradores, dato confirmado por el periodista Samuel Robinson.

Omar «El Chino» Cano

Los testimonios de María Alejandra Delfino La Cruz y Alexia Josefina Felizola, junto a la confesión de Orietta Cabrices, involucraban directamente a Alfredo Luis Parilli Pietri como autor intelectual. El juez José Francisco Cumare Nava emitió órdenes de detención contra Cano y Parilli Pietri, además de restringir la salida del país de Orietta Cabrices.

Un informante desveló una deuda por drogas que ascendía a 150.000 bolívares, relacionada con los acusados. Con todos estos elementos, parecía que la justicia prevalecería, pero un giro en la historia permitió a los defensores preparar una estrategia de defensa.

El Chino Cano, único encarcelado durante cuatro años, relató su experiencia y estudios de Derecho en prisión, destacando la injusticia de su condena en comparación con otros implicados que quedaron en libertad, como Nicomedes Zuloaga Pocaterra, a quien, a pesar de ser capturado con sustancias ilegales y elementos delictivos, solo se le impusieron dos meses de cárcel.

El caso del niño Vegas sigue resonando como un eco de impunidad y misterio, un oscuro capítulo en la historia criminal de Venezuela que aún suscita preguntas y demanda memoria. El relato de Cano, marcado por la amargura y la resignación, señala una dolorosa realidad sobre la justicia y el destino de aquellos marcados por un destino trágico y una acusación infundada.

En conclusión, la historia del secuestro y asesinato del niño de la familia Vegas Pérez es un recordatorio de cómo la sociedad y la justicia pueden ser sacudidas por la influencia y el poder. Mientras el tiempo sigue su curso, los detalles del caso permanecen en la memoria de una generación que exige justicia y en la de aquellos que, como Omar Cano, vivieron en carne propia las consecuencias de un crimen que quizás otros cometieron. Este caso sigue abierto en las páginas de la historia y en las mentes de quienes buscan respuestas y un cierre que tal vez nunca llegue.

 

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