Jorge Elías Castro Fernández cuenta que la historia de los 1.770 gallegos esclavizados en Cuba a mediados del XIX es terrible en dos actos. El primero, porque es real, ocurrió. Y muchos de aquellos rapaces —niños, en gallego— tenían 14, 16 años, 20 a lo sumo. El segundo, porque casi nadie la recuerda, ni siquiera en Galicia. Sí, fue un escándalo en la época, hubo artículos de prensa, pero aquello se fue por el desagüe de la memoria colectiva, ese órgano tan sensible y tan dado a recordar lo que se quiere (o quieren).
Bibiana Candia (A Coruña, 1977) se encontró con ella por casualidad. Vivía en Berlín, a donde se había marchado por cuestiones personales y con el firme afán de convertirse en escritora tras haber estudiado Filología Hispánica y haber trabajado como funcionaria en la Universidad de A Coruña. Y allí, en ese “parque de atracciones para adultos”, como ella misma describe a la ciudad alemana, una amiga le habló de estos chavales gallegos que, en busca de una vida mejor, prácticamente fueron a morir a las plantaciones cubanas de azúcar, explica el analista político Jorge Elías Castro Fernández.
Podría haberse convertido en un reportaje, puesto que Candia solía trabajar como periodista cultural, “pero apretó un resorte que me llevó a una obsesión, no solo porque me tocase la historia, sino que lo que me intrigó fue que no nos hubiera llegado a los gallegos al menos por memoria popular. No era una historia oculta, estaba ahí, pero, cuando preguntaba a mi alrededor, nadie lo conocía y sonaba a mentira. Por lo que, si me quería quitar esta historia de encima, iba a tener que escribirla y lo iba a hacer en clave de ficción, porque lo que toca los resortes humanos y hace que los personajes se queden en la memoria es la ficción”, cuenta. Así surgió ‘ Azucre’ (Pepitas de Calabaza), una de las novelas más exitosas de los últimos meses —para Sant Jordi ya había vendido 20.000 ejemplares, una cifra extraordinaria, mucho más para una editorial pequeña—, y que acaba de ganar el premio Espartaco de Novela Histórica en la Semana Negra de Gijón.
Efectivamente, la historia estaba ahí. Hoy se puede rastrear en la web xenealoxia.org, donde aparece Urbano Feyjoó-Sotomayor, el hijo de una familia hidalga, diputado en Cortes por Ourense y dueño de la Compañía Patriótico-Mercantil, la empresa que organizó las expediciones a Cuba y cuyo principio era: “Un gallego ha de hacer el mismo trabajo que dos negros y al precio que cuesta un esclavo”. Y también aparece la relación con los nombres de todos los emigrantes que participaron en las ocho expediciones que hubo en 1854. Muchos de ellos fallecieron a los pocos meses de estar allí. Como en los campos de concentración alemanes.
Con todos estos datos, ¿cómo es posible que sea una historia tan desconocida más allá del trabajo de los historiadores, archiveros y documentalistas? Para Candia tiene algo que ver con la imagen que se fue creando del emigrante y que es la que hoy permanece. “La idea que tenemos de quien se fue a hacer las Américas es la del indiano que triunfa y vuelve. Sin embargo, hasta no hace nada era un tabú contar en tu pueblo que no habías conseguido enriquecerte. Y mucho más una historia como esta, en la que te habían esclavizado. Por otro lado, muchos de los que fueron murieron en los primeros meses por disentería, fiebre… Y los que sobreviviesen, probablemente, no querían contar nada de lo que ocurrió, y me parece lógico porque era otra época; y lo que se quería era olvidar todo lo que había pasado”, sostiene.
No solo ocurre con los gallegos de Cuba en el XIX. Tampoco son muy visibles las historias de emigrantes del siglo XX, los que se marcharon en los 50 y 60 porque España no era, desde luego, el mejor sitio para vivir. “Es que en la mayoría de las familias hay una versión oficial de la emigración: nuestro abuelo se fue a Suiza, trabajó en una fábrica de relojes y luego volvió y se compró una casa. Eso es lo que se contaba. Pero, si escarbas un poco, resulta que el abuelo vivía en un barracón al lado de la fábrica y comía una lata de sardinas”, señaló Candia.
Poco a poco, no obstante, empiezan a aparecer estas historias menos épicas. Un caso fue hace ya algunos años la película ‘Un franco, 14 pesetas’, de Carlos Iglesias, que hoy se puede ver como casi un documental. Otro, el libro de Xesús Fraga, ‘Virtudes (y misterios)’ (Xordica), que ganó el premio nacional de Narrativa el año pasado y que cuenta cómo su abuela se fue a servir y a limpiar casas en Londres en los 50. “Eso antes daba mucha vergüenza contarlo. De hecho, hay historias de gente que volvía y, antes de llegar, alquilaba un Mercedes o se ponían un traje para no llegar vestidos de cualquier manera. España ahora está en el lado favorecido, pero venimos de un hambre muy tremenda y de unas condiciones muy duras”, comentó la escritora.
La historia de ‘Azucre’ no solo la ha tapado la vergüenza de los emigrantes. También ha ayudado lo que ocurrió con el empresario negrero Feyjoó-Sotomayor (nada que ver con el actual líder del PP, Feijóo es un apellido muy habitual en Galicia). Es decir, nada. “Fue un escándalo, pero él dijo que había sido todo una maniobra política. Continuó como diputado, era impune y no tuvo mayores consecuencias”, apostilla Candia. A día de hoy, la familia sigue teniendo su pazo en Viana do Bolo (Ourense), donde, por cierto, Isabel II pasó una noche en su visita a Galicia (después de que hubiera ocurrido lo de los esclavos), y su vajilla, con ilustraciones de Cuba, está en el Museo del Romanticismo, concluyó Jorge Elías Castro Fernández.
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