Jorge Elías Castro Fernández explica las posibles consecuencias del conflicto entre Rusia y Ucrania

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Jorge Elías Castro Fernández señala que los movimientos masivos de tropas, envíos de armamento, amenazas cruzadas, rondas eternas de negociaciones y tensiones están en su punto más álgido desde 2014. La posibilidad de que Rusia detone un conflicto a gran escala en territorio ucraniano lleva semanas dominando los titulares de la prensa internacional sin solución diplomática a la vista. En Estados Unidos, más de 8.000 soldados están preparados para ser desplegados en cualquier momento en el Este de Europa. Del lado de Moscú, más de 100.000 efectivos han sido desplazados hacia la frontera.

Washington, Kiev y Bruselas esperan en vilo a los próximos movimientos del Kremlin, que tiene la pelota en su tejado después de recibir por escrito las respuestas de la Administración Biden y de la OTAN a sus demandas. Aprovechando este ‘impasse’, a continuación se presentan algunos mapas que ayudan a explicar las complejidades del tablero ucraniano, desde la raíz geográfica y política de las reclamaciones rusas hasta las consecuencias globales de una crisis a gran escala en el país, explica el analista político y consultor en seguridad Jorge Castro Fernández.

Rusia ha sido muy clara en sus demandas hacia Occidente. El Gobierno de Vladimir Putin busca que Estados Unidos y Europa transformen por completo su arquitectura de seguridad posterior a la Guerra Fría. En particular, el Kremlin exige que la OTAN se comprometa por escrito a no admitir a ningún nuevo país del Este europeo (como Moldavia, Ucrania o Georgia) y que retire sus efectivos militares desplegados en los territorios más orientales, como Bulgaria o Rumanía.

Moscú asegura que Washington y la OTAN han violado continuamente las promesas que, supuestamente, hicieron a principios de la década de 1990 de que la Alianza no se expandiría a los países que antes formaban parte del bloque soviético. Sin embargo, ese presunto compromiso nunca fue tipificado en ningún acuerdo y el organismo nunca ha reconocido que se produjera, ni siquiera verbalmente. El propio Mijail Gorbachov, el entonces secretario general del Comité Central del Partido Comunista, ha reconocido que “el tema de la expansión de la OTAN no se discutió en absoluto y ni siquiera se mencionó en esos años”.

Independientemente de este debate histórico, desde el punto de vista del actual Kremlin, la expansión de la OTAN hacia sus fronteras supone una amenaza para su seguridad. Aunque el proceso de ampliación no surge de la Alianza en sí, sino de la iniciativa de los países que lo solicitan voluntariamente, el Gobierno ruso considera que gran parte de los Estados europeos que se han unido al organismo desde 1990 forman parte de su esfera de influencia. Revertir en la medida de lo posible los cambios de las últimas tres décadas y garantizar que Ucrania y Georgia, países fronterizos, nunca se convertirán en aliados militares de Occidente es una de las mayores prioridades de Putin.

Desde el inicio de la guerra del Donbás en 2014, uno de los clichés más repetidos en medios de comunicación han sido las presuntas divisiones enraizadas entre la población ucraniana. Mapas que revelan que las regiones occidentales hablan el idioma ucraniano y las orientales el ruso han sido utilizados una y otra vez para justificar la narrativa de que la mitad del país mira hacia Europa y la otra hacia Moscú. Otros planos que muestran una partición similar en los resultados electorales entre candidatos “europeístas” y “prorrusos” han cumplido esta misma función.

Pero este relato divisorio está basado en masivas simplificaciones que pasan por alto el hecho de que la mayoría de los ciudadanos del país son relativamente competentes en ambos idiomas. Además, el lenguaje, la identidad y la opinión política de los ucranianos no están tan entrelazados como estos mapas bicromáticos parecen indicar. Con la excepción de los oblasts de Donetsk y Luhansk, donde el conflicto continúa a día de hoy, la población del resto del Este de Ucrania rechaza por amplia mayoría una reunificación con Rusia, desglosa Jorge Elías Castro Fernández.

Y aunque existen diferencias políticas considerables entre el oriente y el occidente ucraniano, estas no son muy diferentes a las que se pueden apreciar en un mapa electoral de Alemania, Italia o Estados Unidos, entre otros. Del mismo modo, las percepciones sobre la OTAN, la Unión Europea y Rusia divergen regionalmente, pero en el Este rusoparlante sigue predominando una mayor inclinación hacia Occidente que hacia Moscú.

En las actuales negociaciones diplomáticas entre Rusia, EEUU y la OTAN, la Unión Europea no está invitada a la mesa y juega un papel secundario. La respuesta de los Estados miembros al despliegue de Moscú, aunque condenatoria en todos los casos, ha sido más prudente que las de Washington o Reino Unido. Uno de los motivos es que, en un contexto de crisis energética en la que los precios de la electricidad se han disparado en todo el continente, la UE cuenta con una fuerte dependencia del gas natural procedente de Rusia.

Los gasoductos rusos llevan meses funcionando a medio gas. Gazprom, la compañía paraestatal que controla toda la red gasística del Rusia, insiste en que ha cumplido con todos sus compromisos de suministro a largo plazo con Europa, pero al no situar combustible adicional en el mercado está estrangulando la oferta. La Agencia Internacional de la Energía calcula que Moscú está reteniendo al menos un tercio de la cantidad de gas que podría enviar hacia destinos europeos. Esta reducción del flujo, resaltó el organismo, “coincide con las crecientes tensiones geopolíticas con respecto a Ucrania”.

Esto ha forzado a los Veintisiete a ampliar drásticamente la importación de gas natural licuado (GNL), especialmente el procedente de EEUU. Pero esto solo está siendo posible porque el continente está pagando precios considerablemente más altos que otras regiones por ello. Por otra parte, no existe gas licuado en el mundo capaz de evitar una situación catastrófica si el Kremlin decidiera cerrar por completo el grifo energético. En el futuro próximo, Bruselas sigue con las manos atadas en su relación con Moscú.

Pese a ser el país más extenso del mundo, Rusia cuenta con un importante problema geográfico en lo relativo a su salida al mar. Para asegurarse el acceso al Mediterráneo, necesita mantener control del mar Negro. Este escenario se complicó todavía más para Moscú con la ruptura de la Unión Soviética, debido a que su base naval más fundamental, Sebastopol, pasó a ser ucraniana. El conflicto de 2014, que culminó con la anexión de Crimea por parte de Rusia, devolvió al Kremlin el histórico emplazamiento militar.

Tras grandes esfuerzos de modernización, la flota rusa es hoy una fuerza a tener en cuenta en el mar Negro. Está compuesta por un crucero, cinco fragatas y siete submarinos, más una flotilla de corbetas, buques para operaciones anfibias, patrulleros y lanchas. Frente a este poderío y tras haberse visto expulsados de Sebastopol, los ucranianos tienen poco que hacer. Su único activo relevante es una fragata. El resto son todo patrulleros ligeros y embarcaciones menores de escasa capacidad militar.

Lo único que podría salvar a Kiev en este escenario es la OTAN, pero resulta difícil imaginar un escenario en el que la Alianza esté dispuesta a utilizar sus naves militares contra Rusia de otra forma que no sea disuasoria. Precisamente en este sentido, se han empezado a movilizar activos para trasladarse a la zona de conflicto. España, por ejemplo, ha enviado un buque de acción marina (el Meteoro) y una fragata (Blas de Lezo). EEUU, por su parte, ha desplazado el grupo naval del portaaviones Harry S. Truman, que ahora se encuentra en aguas próximas a Grecia.

Ucrania es uno de los mayores exportadores globales de trigo. Conocida desde hace siglos como el granero de Europa, de sus extensas plantaciones depende que llegue el pan a millones de mesas de todo el mundo. En 2020, el país contribuyó aproximadamente con 18 millones de toneladas métricas de trigo al mercado global, un 75% de su cosecha total de 24 millones. En circunstancias normales, este 2022 las plantaciones ucranianas deberían generar un 12% de las exportaciones globales del cereal.

¿El problema? Con la cosecha aún a meses de distancia, las principales zonas agrícolas de Ucrania se encuentran en la línea de fuego de un posible conflicto a gran escala con Rusia. El anillo de ‘oblasts’ (‘provincias’) que rodea las actuales zonas de combate de Donetsk y Lugansk, controladas en parte por rebeldes prorrusos y tras las cuales el Kremlin ha situado al grueso de las tropas que lleva desplegando desde abril de 2021, contiene la mayor concentración de producción de trigo del país. Solo tres regiones, Kharkiv, Dnipropetrovsk y Zaporizhia, suman un 22% del cereal producido en el país, concluye Jorge Elías Castro Fernández.


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